“El lunes, una turba filotrumpista asaltó el ayuntamiento de
Lorca, en Murcia, cuando los concejales elegidos libremente por los vecinos
iban a votar lo que consideraban oportuno sobre un asunto que a los componentes
de la turba no les gustaba. Hagamos Lorca grande otra vez, asaltando el
'Capitolio' de la localidad. Martes, el Gobierno mezcló en un mismo decreto la
obligación de llevar mascarilla en exteriores y una paga para los pensionistas.
El chantaje consistía en que, si un diputado votaba contra la mascarilla en la
calle impediría, de rebote, que los pensionistas cobraran su paga. El
Ministerio de Sanidad no ha presentado un solo informe científico que avale la
necesidad de taparse la boca al aire libre. Y, de hecho, ya ha anunciado que
este martes, solo siete días después de imponer ese extravagante y fullero
decreto dual, levantará la obligación. ¿Por qué, entonces, forzar la votación
del pasado martes? Porque yo lo valgo. Hagamos la mascarilla grande otra vez. Asistimos
a una progresiva y acelerada degradación de las instituciones democráticas. La
corrupción en la que ha chapoteado durante años la política española y el
extremismo populista que se enseñorea entre nosotros, nos han hecho asistir a
episodios delirantes: agresiones a diputados a las puertas del parlamento de
Cataluña, el Congreso rodeado para impedir la investidura de un presidente,
espectáculos ordinarios y vulgares en el hemiciclo, insultos, deserción de la
elocuencia…en que Bruselas no preste demasiada atención al método atrabiliario
mediante el cual se ha aprobado la reforma laboral. Porque, como dijo el
escritor americano John Godfrey Saxe, "las leyes, igual que las
salchichas, dejan de inspirar respeto en la misma proporción en la que
conocemos cómo se elaboran". Las instituciones democráticas, convertidas
en un corral de comedias.”
Les aseguro que no veo la tele. Creo que lo he dicho en
otras ocasiones. A Vicente Vallés, excelente periodista, lo leo en diferentes
diarios. El primer párrafo que ustedes ya han leído está escrito por él y forma
parte de un artículo que aparece en El Confidencial bajo el título, “La
acelerada degradación de las instituciones democráticas”.
Al grano. ¿Es falso que exista la degradación de las
instituciones democráticas? Mi respuesta, insisto, la mía, es que Vicente
Vallés no se equivoca lo más mínimo. Acierta de lleno. Y se agrava la situación
a medida que pasan los meses, las semanas, los días.
No hay un resquicio para la sensatez en política. Y la
degradación nacional se extiende como es lógico hasta el lugar más recóndito de
España. Da igual que se hable de la España vacía o de la España subdesarrollada
o de la España de pandereta. Todo se descompone a un ritmo frenético.
El espectáculo vivido esta semana en el Congreso es muy
ilustrativo del mal que mantiene postrada a la democracia española.
Escribe Pedro Jota en El Español lo siguiente: “Cualquiera
diría que en el ánimo de Casado ha vuelto a predominar el 'no' a Sánchez —al
margen de cuales fueran sus propuestas y cuales las alternativas—, sobre las
ventajas que una posición pragmática acarearía a sus electores. La polarización
cortoplacista con el rabillo del ojo pendiente de Vox frente a las
oportunidades en pro del interés general. El sentido de partido frente al
sentido del Estado.”
Yo mantengo que el PP tenía el partido ganado desde el
minuto uno con esta reformita bendecida por la UE, empresarios, sindicatos y
los sensatos pero tibios (que los hay) del PP de Casado. De ahí que servidor de
ustedes no acepte como política de Estado el no a la Reforma Laboral.
Pedro Jota es un “jodido” al que le gusta como niño chico y
ruinito meterse en barullos. Es como es desde que trabajó para el ABC y luego
pasó a dirigir Diario 16, El Mundo y ahora El Español. Creo que es de los pocos
periodistas a los que se les tiene miedo o se les respeta a la vieja usanza.
Pero Jota olvida (bueno, mejor cabe decir que deja para
mejor ocasión) que Sánchez es un tahúr, un felón y un enemigo de la democracia.
Fiarse de Sánchez es fiarse del Carcharodon carcharias sin
comer desde hace un par de días y harto de tanto océano lleno de plástico.
El que se abraza a Sánchez termina convertido, si sale vivo,
en una rémora asquerosa e insignificante, pero en la mayoría de las ocasiones,
el encuentro con el luciferino político es la ocasión perfecta para que en un
santiamén la vida pierda todo sentido. De ahí a leer “Los vencejos” de Fernando
Aramburu solo hay un paso. (Excelente novela, por cierto).
Pero me pregunto si los dos diputados de UPN pasado el
tiempo (creo que lo deja caer Jota) se presentarán bajo las siglas del PP. “Leche
y en botella”, sentencia el periodista. “leche y en botella”, digo yo.
Todo es degradación, así que vayan olvidando elecciones
generales anticipadas. Sánchez gana. Presupuestos, reforma laboral, el centro
derecha hecho añicos en Navarra, el Estado diluido en País Vasco y Cataluña
(¿Galicia?), el Parlamento secuestrado y el poder judicial perseguido, como
pasa también con la prensa. La degradación es ya sistémica y favorece los
intereses de Sánchez.
¿Y los intereses de España? Para eso queda Europa. Pero
algún día Europa se cansará de la España retorcida que recibe 140.000 millones
de euros que son aire limpio para el futuro de la nación, y como respuesta a la
ayuda del norte europeo sigue enseñando su peor cara, la de la nula realidad de
la separación de poderes y los mecanismos necesarios para controlar un poder
socialista que con menosprecio absoluto nos convierte en una nación fallida.
Ante la dignidad de la que habló en su discurso Mattarella,
presidente de la República de Italia, nosotros aquí enfangamos y gritamos.
Cierto es que Matarrallea no quería repetir, pero ante el imposible
entendimiento de los políticos, el viejo, inteligente y honorable democristiano
Mattarrella pronunció la palabra que en España no tiene sentido cuando de
política se trata. Dignidad.
¿Entienden por qué es justo y necesario que se hable de la
degradación de las instituciones democráticas en España?
Sin responsabilidad alguna que asuman nuestros partidos
tradicionales y sus políticos, el fracaso como nación está asegurado.
Mi admirado Francesc de Carreras lo resumen muy bien: “En
una democracia deliberativa, en una democracia que funcione de acuerdo con los
principios básicos que la conforman, y más especialmente todavía en cuestiones
trascendentes, los partidos y los políticos deben saber que en una norma
decisiva, quizás la más importante de esta legislatura, el objetivo es llegar a
un acuerdo, a un pacto, a un consenso. Los sindicatos y la patronal han sido un
ejemplo de ese tipo de democracia. Los partidos políticos, a derecha e
izquierda, un contraejemplo.”
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