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Si hoy fuera 8 de Marzo


No recuerdo lo que se celebra hoy. No me preocupa. Pero sí me preocupa y mucho la mujer ucraniana. Y la rusa también. Y son tantas otras cosas las que me quitan el sueño. Todo sube. El precio de la comida. La luz. El gas. El bolsillo se vacía y no encuentro trabajo por ningún sitio. El paro se alarga en el tiempo y el pesimismo se agiganta. Sigo creyendo que hay un mañana lleno de oportunidades. Entonces soy yo el que no sabe dónde buscar. Me apunto a cursos. Pasan los días y el currículo va de un sitio para otro. Es un mal currículo. Y está la edad. También. Y no culpo a la empresa que apuesta por el joven. Y espero que el día en que el joven quede fuera no se coma crudo al asalariado de 60 años. Ese soy yo.

Salí de una empresa ruinosa, vetusta y sin futuro. Un empresario (el empresario es mucho más que eso) sin músculo, sin cultura, infantilizado y con la cabeza vacía de terreno fértil para el buen pensar. Gritón y zafio. Un pijillo que ignora que lo es. Una pollita inquieta que se rasca la cabeza en crisis y en épocas de vacas gordas.

No soy perfecto. Sólo los perfectos fracasan. Así que no pierdo la esperanza. La imperfección lleva al éxito. Las medallas colgadas nunca son la fotografía de la vida plena. Los fracasos, si no arruinan la cabeza, si no ensombrecen el alma, entonces mantienen en pie el proyecto de hombre que nunca se culmina.

¿Hoy qué se celebra? Sigo sin caer. Dicen que es un día muy importante. Pero ignoro a esta hora qué carajo será lo que tantos aseguran que es importante para el mundo.

Tengo la foto de una vieja rusa artista enfrentándose a dos policías rusos. Más de ochenta años y dice con voz poderosa y sosteniendo pancartas un no a la guerra porque vivió el estalinismo. ¿Vivió? Se la llevan y es probable que no volvamos a saber de ella. Y veo la foto de una ucraniana que lleva a su hijo pequeño de la mano y la ciudad destruida al fondo. No llora. No come. No bebe. Huye. La vida es lo que está ahí delante. Oye el caer de las bombas. Ve muertos en la carretera. No se le pasa por la cabeza decirle al hijo que cierre los ojos.

¿Qué derecho tengo yo a quejarme? Ninguno.

Quiero trabajar. Ser productivo. Quiero dejar atrás el subsidio. Quiero dejar de visitar oficinas de ¿empleo? Quiero volver a ser yo en un oficio nuevo. De cero. Quedan siete años de vida laboral por llenar. Si no consigo el objetivo, la culpa será mía. No quiero compartir con nadie los errores ni los horrores.

Si hoy fuera 8 de marzo gritaría ¡Viva el feminismo ucraniano y ruso! Pero no es hoy 8 de marzo. Es el decimotercer día de una guerra en la Europa que todavía cree que lo “bonito” da de comer.

¿Qué derecho tengo yo a quejarme? Ninguno.

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