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Europa en la encrucijada

José Antonio Zarzalejos vuelve a dar en el clavo. “Socialdemocracia y liberal conservadurismo: volvamos a ellos. Siguiendo a Stefan Zweig, regresemos al mejor mundo de ayer porque el de hoy evoca los peores fantasmas del siglo XX. No insistamos en el nefasto 'excepcionalismo' español.” Lo firmo ya mismo. O sea, retornar al viejo bipartiismo. ¿Imperfecto? No tanto, respondo. Imperfecto es lo que tenemos ahora y además corrosivo.

El multipartidismo, el cantonalismo y la polarización a todos los niveles, hace que España sufra tensiones a diario, mientras en el tablero internacional se ha convertido en un estado irrelevante. Insustancial.

Esta guerra loca protagonizada por el oso Putin no traerá nada positivo.

El contador de víctimas se ha puesto a cero. ¡Una locura! Llevábamos más de 14.000 muertos en el Dombás, pero de repente, como por arte de magia, en todos los grandes medios se pone en rojo la cifra de 300, 400, 600 cadáveres.

Otro dato revelador que se olvida por ignorancia es el que apunta Pablo Pombo en El Confidencial: “Creemos en la equivocación, muy occidental por cierto, de creer que el adversario vivirá la penuria como la viviríamos nosotros. Aquí una situación de escasez puede derrumbar a cualquier gobierno porque la opinión pública pesa y porque estamos acostumbrados a unos niveles de vida que creemos adquiridos de nacimiento. Allí la privación está tan presente en la historia como en las biografías de todas las generaciones; la capacidad de sacrificio es mayor porque no han conocido otra cosa. Es ingenuo aventurar que el malestar de los hogares rusos sirva para derrocar automáticamente a Putin. Esa cadena de consecuencias es poco frecuente bajo cualquier autocracia.”

Esta dolce vita nos convierte en débiles, pusilánimes, pero igualmente arrogantes, soberbios. La guerra de Ucrania es una noticia más en los informativos de los medios de comunicación.

En España, por ejemplo, lo internacional importa poco o nada. De ahí nuestra apestosa manía de matarnos entre nosotros mismos y de abrazar el aislacionismo.

Lo de fuera no aterra porque es un espejo en el que vemos la realidad de nuestra menudencia.

Si en Rusia el pueblo sufre las consecuencias de tener al mando un autócrata, no se debería olvidar lo que hace algún tiempo dejó escrito Juan Manuel de Prada: “Para gobernar a las masas cretinizadas basta, desde luego, un demagogo, con tal de que sea astuto (como prueba que España la gobierne el doctor Sánchez).”

La masa cretinizada es el huésped ideal para tipejos así.

De Prada escribía lo siguiente cuando el PP se hacía el harakiri en directo: “…son personas que no han formado su carácter, que actúan como si la vida fuese una serie de Netflix, con sus subidones de adrenalina, sus arrebatos y frenesíes, sus ajustes de cuentas sangrientos, sus apaños y reconciliaciones de pacotilla, su exhibicionismo inane, su nerviosa y compulsiva exaltación de los instintos. Gentes que gobiernan así su casa (¿o tal vez debiera escribir ‘guardería’?), ¿pueden gobernar a los pueblos?”

Todo lo escrito por el excelso narrador vale para hacer la foto de lo que es hoy Europa.

Leí por ahí algo sobre un dicho ruso: “Si te pones a bailar con un oso, no eres tú sino el oso quien decide cuándo termina el baile".

Europa siente el abrazo del oso. Y tiembla. Y nuestra democracia representativa se pregunta ahora sí ha merecido la pena atacar a Polonia y Hungría. Eso que llamamos democracias iliberales. ¿Acaso la democracia polaca y húngara están al mismo nivel que la autocracia rusa? No, claro que no. Pero la Europa sibarita ordena sanciones. La OTAN por primera vez activa la fuerza de respuesta rápida. Y, sin embargo, el oso sigue bailando.

Bailamos con él.

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