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Pero la OTAN no se fía del social comunismo español

 

Tiene el gobierno de España mi apoyo en el paso dado. Somos atlantistas y hay que estar con los aliados. Si en el Este de Europa está ahora el peligro para nuestra seguridad y supervivencia, hay que responder con presteza y coraje. Pero no podemos ocultar la realidad bajo tierra. Por las venas del sanchismo no hay OTAN que valga. Todo en él en anti OTAN, anti, norteamericanismo, y lo que prevalece es una añoranza de la fenecida (A Dios gracias) Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Es del todo imposible tener la confianza garantizada cuando en el Gobierno hay personas que representan lo contrario a lo que defiende la OTAN, Europa, Estados Unidos y las democracias liberales. Y ha sido Sánchez, sólo él, el que tomó la decisión de encamarse con comunistas de todo pelaje. Esa gentuza okupa poder y pone a España en el rincón de los países bajo sospecha.

La cuarta economía del euro y decimotercera economía global (llego a ser la 8 antes del estallido de la crisis de 2008), está empequeñecida por la presencia de enemigos del sistema democrático que hoy ocupan espacio y reciben el voto de millones de españoles que malamente votan en "libertad" pero bajo una incultura democrática muy peligrosa.

Para Estados Unidos Marruecos tiene más fiabilidad que una España social comunista.

Ya sé que Pedro Sánchez se huele una derrota humillante en CyL, Andalucía, próximas municipales y autonómicas y en generales (cuando él disponga convocarlas). Pero el daño al prestigio de España se produjo mucho antes. Y que el Partido Popular no venda la piel de oso antes de cazarlo.

ZP sentado ante el paso de la bandera de Estados Unidos y luego la retirada de tropas en cumplimiento de su programa electoral (todo hay que decirlo) arrojó a España al pelotón de las naciones fallidas para Estados Unidos y buena parte de Europa.

Somos un país anómalo, enfermo, sin rumbo fijo, zinzagueante, menguante. Hoy hacemos un gesto de aliado y mañana podemos dar un paso en contra. Somos una nación que recuerda a la alianza de países no alineados. ¡Asco!

Sánchez nunca es proOTAN. Sánchez siempre es proSánchez.

Y Montero y Belarra rompen la cláusula de lealtad en política exterior de la coalición porque en España hay millones de votantes que piensan así. Millones de votantes con las checas y el gulag como mejor modelo de vida. Con el Muro de Berlín sin caer. Parásitos del sistema liberal que nunca dejarán España para marchar a vivir a Cuba, Venezuela, Nicaragua. Son los enemigos que los demócratas se niegan a reconocer. Y hoy por hoy van ganando esta guerra. ¿Por qué? Por culpa de un apaciguamiento que engorda a la bestia. De ahí que el centrismo, en mi opinión, y buena parte de la derecha, sólo representan un conglomerado de partidos e intelectuales mantequillosos  que son incapaces de partirse la cara en defensa de la libertad y del bien común. No olvidemos que UP, Izquierda Unida, ERC, Bildu, BNG y tantos otros, están donde están porque enemigos de la democracia votan, repito, por ellos. Y no olvidemos que un hombre llamado Pedro Sánchez apostó por esta casquería para acomodarse en el poder. Y no olvidemos que el psoe de Rubalcaba y Felipe González está en las antípodas de la socialdemocracia europea. Sé que en otros países tienen la misma realidad. Y es por ello que afirmo que la democracia necesita ganar músculo. La democracia ha ido degenerando en una hermanita de la caridad que se deja abrir de piernas para ser violada hasta la muerte.

Por los menos estos tíos y tías de la extrema izquierda no engañan. Dicen no porque ellos prefieren la dictadura. Pero creer a Sánchez es propio de bípedos recién bajados del árbol.

Lean una parte del artículo de Pablo Pombo en El Confidencial, “Boris Johnson, Trump y lo que vendrá: así es como terminan los líderes narcisistas”, dado que el narcisismo y todo lo ello conlleva es quizá lo más peligroso de la política, inclusive en la local. Apunta Pombo: “Este trastorno está cada vez más presente en las élites políticas y económicas, pero también en nuestros propios entornos, porque la sociedad lo incentiva y no lo castiga. Todos tenemos alguno cerca. Saltan a la vista. La llegada al poder de un narcisista es cualquier cosa menos irrelevante. Las consecuencias llegan pronto y no son positivas para el cuerpo social porque su inestabilidad emocional les impide funcionar y hacer que las cosas funcionen adecuadamente. Su autoimagen de superioridad les lleva a desdeñar la propia coherencia discursiva y práctica, también a despreciar a las instituciones y a los límites tácitos o explícitos, porque no pueden soportar la distancia que va desde los impulsos hasta el proceder político adulto. Se ven con derecho a todo. La mentira y la propaganda se convierten en moneda corriente porque necesitan distorsionar la realidad hasta hacerla encajar con su estado emocional. El empobrecimiento de los equipos es inmediato porque no son capaces de tolerar puntos de vista diferentes. Por eso son tan frecuentes las reacciones de ira y el afán de sometimiento. La posibilidad de entendimiento con los rivales políticos se restringe porque la degradación y el desprecio al contrario les resultan imprescindibles como mecanismo de autoafirmación. El mejor de los acuerdos les parece peor que una mala sumisión. Inevitablemente, todos estos elementos que trae de serie el líder narcisista acaban dañando a la salud de la democracia y al propio desempeño de su Gobierno. Como siempre se subordinan los hechos y la racionalidad política al tribalismo y al cesarismo, siempre termina generándose un contraste demasiado obvio entre la envergadura de las metas vendidas y el tamaño de los logros obtenidos. Un contraste que las crisis, más todavía la pandémica, solo pueden acrecentar.”

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