Al desastre, a la ruina, y al HAMBRE. Sé que es una palabra
jodida. Aterra. Pero el hambre es la jefa del desastre, de la ruina, de la
ideología criminal. El hambre es la gran señora que ordena la llegada ruidosa de
la negrura. Ya está aquí. Menos monsergas y más acción. Acción directa, o como
se la quiera llamar.
Que el Covid es el enemigo nadie lo cuestiona, pero que los
ideólogos del horror no pueden seguir un minuto más al frente de las riendas de
España, también es otra prioridad que las personas deben exigir que se cumpla. ¡Fuera!
El milagro de las urnas. Y digo personas: ¡apártate, vulgo!
¿Echar a Podemos? ¿Y qué hacemos con Sánchez? ¿Y qué hacemos
con un psoe embrutecido, lleno de cobardes que aplauden al monclovita, pero en
soledad lo maldicen como verdadera calamidad que es? ¿Dónde demonios está el
PP?
La democracia, si es hacedora de hambre, es igual de
gangrenosa que toda dictadura. La nuestra ya lo es. Construyamos una democracia
con justicia social, paz, orden, libertad, donde el bien común no sea una
entelequia. Tengamos huevos, coño. (Huevos y coño, naturalmente, por lo de la
paridad, se entiende).
Y un amigo me exige que de una puta vez elija entre Estado o
vidas privatizadas.
Yo digo que empresarios, autónomos, emprendedores, deben ser
protagonistas, y elijo que el Estado no muera, pues en él descansa el bien
común, la justicia social, la salvaguarda de los más débiles, evitando así que
el capitalismo en el que creo se convierta en un Neptuno que devora a sus
hijos. El social-comunismo es muerte, el capitalismo deshumanizado también.
Hablamos de siete millones de personas sin trabajo en la
España que yace postrada a los pies del bicho mamón y de los políticos
tarambanas, pero agazapados en la riqueza infecta. Asistimos a una temible escabechina.
El viva la virgen se acabó por mucho que disguste a los
fiesteros y follatodoloquesepongapordelante.
Cantamañas que dirigen medios de comunicación y otros negocietes
locales sin tener puta idea de nada. Bueno sí, no hay que exagerar. Los
miserables saben meter la polla en chochos, comerse los mocos, subir gilipolleces
a la face, con fracesitas lapidarias que golpean de lo podrida que están, o
vídeos y pantallazos en WhatsApp. Saben reírse como si nada malo ocurriera,
esperando que la administración pública le salve el culo y, de paso, mantener
en pie los tinglados con alcaldes ignorantes que inyectan dinero para
entrevistas pagadas o publicidad hedionda.
Seguro que los malditosreplicantessinespíritu nunca pasarán
hambre. Tienen la jodida suerte del parásito. Son el ejército perfecto para el
político de la nueva normalidad.
Y yo con el miedo en el cuerpo. Miedo a que me quiten las
ganas de leer. Qué se yo. Miedo a que una mañana de estas no quiera seguir
leyendo al poeta Antonio Lucas, a la escritora Nuria Labari, ambos periodistas
también, el primero currando en El Mundo y la segunda en El País.
Si perdiese las ganas de leer, qué se yo, si no encontrara
vida en los cuentos de Poe, Chéjov, Tolstói, Cortázar, Dostoyevski, Borges, a
quienes hoy recurro para no asesinar a la gentuza que se agolpa por fuera de mi
casa con niños inocentes, ¿tendría sentido leer todas las mañanas las portadas
de los periódicos y prestar atención a lo que vomitan muchos tocapajas?
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