Día alitúrgico.
Y se hace raro.
Siempre que llega. Es un silencio apenado y justificado. Hay muerte.
Sobreabundancia de muerte.
Pero hoy una muerte
nos libera. Nos hace libres del todo. Plenitud. Muerto el hombre, ¡vivimos para
siempre!
No hay Evangelio
para este día.
Es como si las
palabras hubiesen perdido el valor.
La fría piel se
convierte en el acomodo perfecto para el bicho.
Y, sin embargo, no
es el pesimismo el que canta victoria. No es la muerte la que arrolla. No hay
guadaña cercenando pies y futuro.
Hoy, con la “Lamentación
sobre Cristo muerto” de Andrea Mantegna, tú estás obligado a vivir, condenado a
vivir, atado para siempre a la Vida. ¿Lo entiendes?
Una madre, la madre,
está más pálida que el cadáver del Hijo. El corazón atravesado por tantísimos
puñales. El viejo Simeón, con el niño en brazos, adelantó el día y la hora a las
puertas del Templo. Y María guarda las palabras, y a José, en silencio, le
basta sólo con la fe para ser padre, esposo, protector de la Familia, que
también es la tuya.
Este Cristo no deja
de horadar los ojos del testigo que contempla el castigo experimentado por el
cuerpo del inocente. Sin crimen, Él.
¿Dónde está el gramo
de piel que se libró del castigo?
En estos días de Pasión,
Muerte (mucha muerte), Enterramiento y Resurrección del Hombre, transita por la
calle el enemigo (el Príncipe) del mundo. Será vencido, de nuevo. Enviado a las
tinieblas. Ha cambiado de nombre: coronavirus.
No sé qué mundo nos
aguarda. Ignoro si el abrazo será la mocedad perdida. Qué voy a saber yo de los
besos que humedecerían desiertos y estadísticas tan frías.
Quiero el mundo de
los niños riendo y jugando en los parques.
Un mundo con menos
cosas, vale, pero con más humanismo, con una vida plena, pobre, porque a lo
mejor deberá ser la pobreza quien nos dé la vida.
Pero el silencio de
un mañana que prohíba la risa y el juego del niño, estaría justificado en el
reino de las matemáticas. Algoritmos que sentencian a muerte a los mayores
aferrados a los nietos que contagian pasión por la vida. Por cada segundo donde
el sufrimiento también es vida más poderosa y limpia.
La vida de todos.
Para todos.
¿No llora la madre
la muerte del Hijo?
¿Y qué es la muerte
del Hijo, madre, sino la vida nuestra?
Vivamos, pues.
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