"Lamento decepcionar". Lo dice el ministro Ábalos. D. José Luis. Cercano a Sánchez. ¿O ya no tanto?
Lamenta decepcionar cuando anuncia, según él, que las cosas se están haciendo bien.
Quiere decir el señor ministro, tan respetable él, que hay españoles deseando que todo se vaya a la mierda.
Españoles que todos los días se levantan y saludan al gallo esperando que la cifra de muertos se dispare, y no con esos quinientos, seiscientos, setecientos, o casi mil que en algún momento hemos llegado a rozar. ¡No!
El ministro que "ama" Canarias está convencido, creo, de que hay mucho dinamitero y mucho buitre en ciudades y pueblos de España deseando que la peste del coronavirus mate niños, adultos, viejos, sobre todo viejos, porque ya se ha puesto de moda la política del descarte.
Pero yo le digo al ministro que en absoluto decepciona cuando el reparto de mascarillas, guantes y gel se lleva a cabo con eficacia. Muy al contrario.
Este país no es tan jodido como usted cree, sapientísimo ministro. Al contrario.
Aquí nos alegramos de que la vida triunfe.
Aquí nos gustaría ver a los niños pasear y jugar en las calles, en los parques, regresar a las aulas, saludar, abrazar y besar a sus amigos.
Aquí hay más amor por metro cuadrado que hedionda política bien pagada.
No decepciona usted a nadie si el trabajo está bien hecho.
Compruebe usted lo que hacemos los españoles todas las tardes.
En Canarias, desde donde escribo, a las 7, salimos al balcón, a la terraza, a una simple ventana, ¿y sabe usted lo que hacemos? Aplaudir. Pero no crea que es el aplauso robotizado de sus señorías en el Congreso de los Diputados.
Es un aplauso que nace desde el corazón.
Aplaudimos a los sanitarios, militares, policías, guardias civiles, camioneros, cajeras, reponedores, funerarias, porque hasta esos profesionales merecen nuestro reconocimiento.
Que sí, buen hombre, que nosotros, aplaudimos lo bien hecho. Nuestra cultura cristiana es así.
Y no le niego que también somos un pueblo rarito. La mala leche, el mamporro, la envidia, la mala baba, la incultura democrática (que usted conoce muy bien).
Pero es más importante y pesa más la cara amable y agradecida de este pueblo. Un pueblo que en la adversidad se crece.
No decepciona usted. Ni sus compañeros, ni su capo, boss, jefe, presidente, secretario general de partido.
Si hacen las cosas bien, un votante que ni loco votaría a un gobierno social comunista, quien le escribe, no dudará por un instante en aplaudir hasta con orejas si consiguen sacarnos de esta pesadilla.
Ánimo, señor ministro.
Hoy, cuando aplauda, lo tendré presente. También a Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas.
Y a Ana Oramas, a la que le tengo cariño, sabe usted, pero porque me pilla cerca de casa. Ya usted me entiende.
Gracias por "amar" Canarias.
Lamenta decepcionar cuando anuncia, según él, que las cosas se están haciendo bien.
Quiere decir el señor ministro, tan respetable él, que hay españoles deseando que todo se vaya a la mierda.
Españoles que todos los días se levantan y saludan al gallo esperando que la cifra de muertos se dispare, y no con esos quinientos, seiscientos, setecientos, o casi mil que en algún momento hemos llegado a rozar. ¡No!
El ministro que "ama" Canarias está convencido, creo, de que hay mucho dinamitero y mucho buitre en ciudades y pueblos de España deseando que la peste del coronavirus mate niños, adultos, viejos, sobre todo viejos, porque ya se ha puesto de moda la política del descarte.
Pero yo le digo al ministro que en absoluto decepciona cuando el reparto de mascarillas, guantes y gel se lleva a cabo con eficacia. Muy al contrario.
Este país no es tan jodido como usted cree, sapientísimo ministro. Al contrario.
Aquí nos alegramos de que la vida triunfe.
Aquí nos gustaría ver a los niños pasear y jugar en las calles, en los parques, regresar a las aulas, saludar, abrazar y besar a sus amigos.
Aquí hay más amor por metro cuadrado que hedionda política bien pagada.
No decepciona usted a nadie si el trabajo está bien hecho.
Compruebe usted lo que hacemos los españoles todas las tardes.
En Canarias, desde donde escribo, a las 7, salimos al balcón, a la terraza, a una simple ventana, ¿y sabe usted lo que hacemos? Aplaudir. Pero no crea que es el aplauso robotizado de sus señorías en el Congreso de los Diputados.
Es un aplauso que nace desde el corazón.
Aplaudimos a los sanitarios, militares, policías, guardias civiles, camioneros, cajeras, reponedores, funerarias, porque hasta esos profesionales merecen nuestro reconocimiento.
Que sí, buen hombre, que nosotros, aplaudimos lo bien hecho. Nuestra cultura cristiana es así.
Y no le niego que también somos un pueblo rarito. La mala leche, el mamporro, la envidia, la mala baba, la incultura democrática (que usted conoce muy bien).
Pero es más importante y pesa más la cara amable y agradecida de este pueblo. Un pueblo que en la adversidad se crece.
No decepciona usted. Ni sus compañeros, ni su capo, boss, jefe, presidente, secretario general de partido.
Si hacen las cosas bien, un votante que ni loco votaría a un gobierno social comunista, quien le escribe, no dudará por un instante en aplaudir hasta con orejas si consiguen sacarnos de esta pesadilla.
Ánimo, señor ministro.
Hoy, cuando aplauda, lo tendré presente. También a Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas.
Y a Ana Oramas, a la que le tengo cariño, sabe usted, pero porque me pilla cerca de casa. Ya usted me entiende.
Gracias por "amar" Canarias.
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