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Diego, ¡larga vida!


Mando único en una España donde dirigentes del psoe aseguran que el término España es discutido y discutible. Donde el psoe, para tener poder (absoluto) se encama con partidos enemigos de la casa común, que no es Ferraz. Y mucho menos Moncloa. Se llama España. Un mando único cuando Sánchez exige a Europa, especialmente a los calvinistas, que hagan la vista gorda ante la nefasta gestión del dinero público que practican por estos lares la progresía, y no solo la progresía. Que el bien común se defiende y se consolida sin necesidad de ser unos zotes o ladrones. Un mando único cuando 17 autonomías y dos ciudades autónomas pueden redactar planes de desconfinamiento, e incluso hacer creer a sus feligreses que Madrid pilla lejos y "nosotros" (vulgo) no tenemos que esperar por los "otros" (vulgo).
Que nos vayamos a la mierda, ordenadamente en fosas comunes, sería (quién sabe) una muestra de apuesta por el futuro de la humanidad. Ni muertos ni muertas. Aquí lo que hace falta es enterrar la frivolidad.
Esquilmar la inteligencia y la libertad es el mejor trabajo que hace el gobierno socialcomunista.
Hay una sobreteatralización en los presidentes regionales. El canario también. Ese Torres marchito como las flores de un cementerio para cuatro confesiones religiosas también fenecidas.
No es la oposición a Sánchez un “actor inquietante”, como asegura Bascuñán en El País, ni mucho menos. El problema democrático, pensadora, está en la fragilidad criminal de un gobierno atornillado a la mentira.
Y hablando de mentiras, hoy recuerda El Mundo que “el Gobierno fabricó el bulo de que España era el segundo país del mundo por número de test realizados filtrando esa falacia al Financial Times y citándolo luego como referencia.” Porque en el mismo periódico recuerda Maite Rico que Sánchez “Se escabulle de los muertos como de los periodistas. A él le gustan los posados de poderío, en aviones o en consejos de ministros…”.
Es lo que tenemos, pero millones de españoles, con mucho odio y embrutecimiento cultural, no aceptan la verdad que necesita de los cinco sentidos.
La muerte siempre tiene hambre. Muerde con más fuerza cuando el desgarro se hace presente ante la soberbia y la deshumanización de Pedro Sánchez. Si dejamos de aplaudir cuando cae la tarde, ordenará a los uniformados que habiten nuestros hogares para enseñarnos a convivir con el miedo y la mentira. Esa otra verdad.
Pensar en España es una marcianada (palabro que robo a José Ignacio Torreblanca). Pero si usted me anima y se anima, le aseguro que contará conmigo para pensar y hacer una España más fuerte, más próspera, más justa, más libre, más sana, más industrial, más autosuficiente.
Pero vayamos a lo que es más importante. Hoy a las 9 y media, Diego, tal vez con un año y poco, se convirtió en el protagonista de la vida.
Corría, acompañado por su madre, por una calle vacía de coches. Silenciosa. El rey del mundo.
Reía, contagiaba su risa. Sin mamparas. Todo era suyo. De repente, suyo de veras.
Más allá de políticos, expertos y ese maldito bicho.
La vida se llama Diego. A él le debemos un mundo mejor. A los que son como él.
Quieren correr. Ser libres. Vivir sanos. Morir sanos, que es morir sin formar parte de una estadística en boca de Fernando Simón.
A ti Diego debo tantas cosas a partir de hoy.
Los gorriones callaron. Los mirlos igual. Las muchas palomas y las tórtolas del edificio abandonado miraban asombradas el regreso de la vida. En plenitud.
Diego ha fulminado mi introversión. Porque yo sentí alegría con el confinamiento. Alejarme para siempre (sueño) de los extrovertidos que gritan y se desnudan en las calles enseñando un vacío asqueroso. Frío. ¿Qué haré entonces? No es una rendición.
Seguiré con el mismo asco hacia ustedes, masa que prefiere bares abiertos y campos de fútbol atestados de fanáticos por unos colores y unas piernas multimillonarias.
Pero el milagro está en ese niño, esos niños. Por él, por ellos, canto victoria.
Muera el Gobierno, muera el Covid, muera el periodismo lombriz. Muera yo.
Diego, ¡larga vida!

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