A los españoles
les va el apiñamiento.
¡Cuán tediosa la
casa con niños y objetos y sombras y horas que se eternizan!
El español es el virus
que siempre tiene barra libre en los bares que apestan.
Gritos, abrazos,
escupitajos, humo, sudores, dientes amarillos, caspa, bonoloto, primitiva, la
máquina que traga euros, "¿pero por qué coño no hay fútbol, me cago en Dios?"
(El español medio
es así. Basura).
Que cierre el
Prado, pase, que cierre el bar, es una declaración de guerra.
Pero no olvidemos
que el 8M hembrista fue un éxito en España.
También lo fue
para el coronavirus, ¿eh, Sánchez?
Y es que no hay
nada más resolutivo que cortar por lo sano con lo malo, con lo que a todas
luces resulta inservible.
Llámense
sociatas, coronavirus, cobardes, mediocres, atoletados, hembristas,
negacionistas del cambio climático.
Escribe Antonio
Lucas, poeta y periodista que “cada ciudadano se está convirtiendo en una
ciudad prohibida”.
Llevo toda mi
vida siendo así, admirado Lucas.
“Las calles de
las ciudades españolas no han nacido para estar vacías. Ni nosotros hemos
nacido para estar en casa”, Lucía Méndez dixit.
A los que se
mueven por la “vida” con la pachorra de siempre, a esos que nunca han leído y
se enteran de cómo va la cosa gracias a lo que suelta por la boca Ana Rosa Quintana, Pedro Piqueras, Risto Mejide o Pedro Sánchez (sin cojones para
tomarse la cicuta) y sociata mayor del reino, a todos esos que nacieron ya
lobotomizados y sin espíritu les informo que están a salvo.
La peste se
llevará por delante a los que valen.
Pondrá el diente
en los verdaderos hombres. Los arquitectos de sociedades justas, con valores
cristianos, ¿judeocristianos? (me vale).
Todo lo bueno
perecerá.
Los quioscos con
periódicos es la vida que se resiste a ponerse de rodillas.
La prueba fetén de que la muerte está de fiesta es que las teles y las radios están encendidas.
¡Feliz entierro, hijos de puta!
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