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¡Es que apestan, joder!

Sé que voy a morir. No me asusta la muerte.
Coñe, que tengo muy leído a San Juan de la Cruz. Hasta Sor Juana Inés me acompaña.
Lo que me cabrea es que me quite la vida un puñado de ineptos.
Eso sí que me pone de muy mala leche.
Compartir horas de trabajo con encefalogramas planos.
Hablar para sordos.
Bajar y subir en guagua y arriesgar mi vida por nada.
Por casi nada.
Tener que escuchar bobadas y que mañana un alcalde de esos que se creen importantes me cuente, (nos cuente), una retahíla de naderías.
Claro que sé que voy a morir.
Cuando leo a Jeremías o a San Agustín, se disipan los temores, las angustias.
Mas no puedo ocultar las ganas de cortar toda comunicación con gusanos bípedos que a veces tropiezan conmigo en el trabajo o en la calle.
Que Dios me perdone, pero ya no aguanto más la cabronada que supone respirar el mismo aire que esa gentuza a metro y medio de mi cuerpo, de mi alma.

Ya sabemos también que en España no tenemos
mascarillas
y no tenemos
guantes
y no tenemos
gel desinfectante
y al comprar los
test rápidos
descubrimos que nos han timado
y que sólo sirven para que entren en el cuerpo de Pedro Sánchez por donde más le pueda doler.

Pero sí tenemos un Rey Borbón que visita un gran hospital porque no tiene nada mejor que hacer durante una hora.
Como si nuestra vacuna fuese Felipe VI.

Antes sacábamos a los santos en rogativa.
Ahora le toca al monarca. Capitán General de los Ejércitos.

Y conste que a mí Felipe me cae simpático y lo prefiero con los ojos cerrados a la calamidad política imperante.

Pero lo quiere liderando.

No me gusta que lo paseen como un a santo repartiendo milagros.

Sé que voy a morir, pero ya me sobrepasa tener imbéciles e hijos de puta a mi lado.

¡Es que apestan, joder!

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