Nuestros padres nos enseñaron a lavarnos las manos.
Pobres, pero limpios.
Decía mi madre Adela que la casa limpia y las manos y la cara limpias, "que seremos pobres, pero sobre todo somos gente limpia".
En el mundo de las máquinas todopoderosas, con el hombre a punto de poner los pies en Marte (la Luna es cosa de críos), y con el entretenimiento y el confort al alcance de cualquier familia, ha llegado un huésped no deseado que nos obliga a tener que recurrir al jabón y a lavarnos de nuevo las manos como pobres, como vulgares pobres que necesitan enseñarlas así de limpias para no ser degradados y perder la categoría de personas.
El coronavirus no quiere ver un jabón en nuestras casas. Es su enemigo mortal.
Agua, jabón, esos geles con alcohol y no sé cuantas cosas más que matan al hijoputa y dejan las manos más aseadas que las de Juan Carlos I.
O sea, que mi madre Adela, cuando me regañaba por tener las manos sucias y ver que además me llevaba algún que otro dedo a la nariz y después a la boca, en realidad estaba salvándome la vida o preparándome para hacer frente al coronavirus que vete tú a saber si de verdad nació en China o es cosa de marcianos catalanes.
Mi madre siempre fue pobre. Y la mujer más limpia que he conocido.
Barriendo y fregando todo el día.
Nunca disfrutó teniendo una lavadora. La pila de lavar y punto.
Nunca metió alimento en una nevera. ¡No había nevera para pobres!
Se fue con las manos limpias, y el alma limpia, y la sonrisa más limpia si cabe, y la mirada angelical de una persona buena devorada por un cáncer en 1976 del pasado siglo.
Me inculcó lo de lavarme las manos.
Sin violencia, sin amenazas. Ella era partidaria de las buenas palabras, del cariño. Regañar casi en silencio, de lejos.
No te olvido madre.
Si salgo de esta guerra, prometo pasar por el cementerio del Puerto de la Cruz y en el nicho donde tus restos reposan junto a los de Periquín, mi padre, darte las gracias y llevar las manos limpias.
Porque sigo siendo pobre, Adela, pero con televisión, nevera, lavadora, ordenador, móvil, coche y todas esas cosas que aseguran nos convierten, también a los pobres, en gente de primera. Eso dicen.
Pero yo no olvido querida madre: "que seremos pobres, pero sobre todo somos gente limpia".
Pobres, pero limpios.
Decía mi madre Adela que la casa limpia y las manos y la cara limpias, "que seremos pobres, pero sobre todo somos gente limpia".
En el mundo de las máquinas todopoderosas, con el hombre a punto de poner los pies en Marte (la Luna es cosa de críos), y con el entretenimiento y el confort al alcance de cualquier familia, ha llegado un huésped no deseado que nos obliga a tener que recurrir al jabón y a lavarnos de nuevo las manos como pobres, como vulgares pobres que necesitan enseñarlas así de limpias para no ser degradados y perder la categoría de personas.
El coronavirus no quiere ver un jabón en nuestras casas. Es su enemigo mortal.
Agua, jabón, esos geles con alcohol y no sé cuantas cosas más que matan al hijoputa y dejan las manos más aseadas que las de Juan Carlos I.
O sea, que mi madre Adela, cuando me regañaba por tener las manos sucias y ver que además me llevaba algún que otro dedo a la nariz y después a la boca, en realidad estaba salvándome la vida o preparándome para hacer frente al coronavirus que vete tú a saber si de verdad nació en China o es cosa de marcianos catalanes.
Mi madre siempre fue pobre. Y la mujer más limpia que he conocido.
Barriendo y fregando todo el día.
Nunca disfrutó teniendo una lavadora. La pila de lavar y punto.
Nunca metió alimento en una nevera. ¡No había nevera para pobres!
Se fue con las manos limpias, y el alma limpia, y la sonrisa más limpia si cabe, y la mirada angelical de una persona buena devorada por un cáncer en 1976 del pasado siglo.
Me inculcó lo de lavarme las manos.
Sin violencia, sin amenazas. Ella era partidaria de las buenas palabras, del cariño. Regañar casi en silencio, de lejos.
No te olvido madre.
Si salgo de esta guerra, prometo pasar por el cementerio del Puerto de la Cruz y en el nicho donde tus restos reposan junto a los de Periquín, mi padre, darte las gracias y llevar las manos limpias.
Porque sigo siendo pobre, Adela, pero con televisión, nevera, lavadora, ordenador, móvil, coche y todas esas cosas que aseguran nos convierten, también a los pobres, en gente de primera. Eso dicen.
Pero yo no olvido querida madre: "que seremos pobres, pero sobre todo somos gente limpia".
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