Sin auctoritas, pero con mucho desparpajo.
Es el arma secreta o no tan secreta del gacetillero en
cualquier meandro. Así escala, culebrea, trepa y se aferra a la vida
parasitaria.
No tiene fondo, esto es, carecer de sabiduría, humildad,
reservas morales y espirituales.
Lo que se convertiría en un punto muerto para usted y para
mí, en el gacetillero universal la sobreabundancia maquiavélica consigue
asentarlo en el lugar más destacado de la plebe.
Ni siquiera brilla, pero la suciedad intelectual que impregna
su vida cotidiana es el engodo perfecto para que una sociedad podrida muerda el
anzuelo.
Así se fabrica, autofabrica, el nuevo hombre del siglo XXI.
Aunque arrastre el cadáver desde finales del pasado siglo, el
gacetillero ha pavimentado su vida con artimañas, mentiras y, gracias a su
lengua loada por criaturillas infectas, tiene la omnipotencia de un hacedor de
epopeyas salvíficas.
Pero es un vacío. Ni siquiera un proyecto de hombre.
Un gacetillero dominguero, aguafiestas.
Un bichito ridículo que horada el carnaval y la calima en
busca de tripas y juicios morales.
Como le sucede a todos los mediocres, nuestro gacetillero en
nueva York, Madrid, Puerto de la Cruz, vomita anatemas y se alimenta de filias
y fobias.
Hasta va de genio. ¡Chúpate esa!
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