Tiene miedo. Comprensible. Todos gritan la misma consigna.
El horror corre veloz por las calles. Entran y salen de los hogares. Y él sigue
caminando lento, cabizbajo, sin paraguas, mojándose y rezando para que la turba
no se fije en un trozo de carne que con lógica de guerra, está de más en este escenario.
Pero él ha escrito todos esos libros. Él ha hablado hace poco minutos
en la televisión y ha pedido que la violencia se convierta en la madrastra de
la sociedad. Lo ha hecho con el éxito y la seguridad del que escribe y habla a
sabiendas de que la masa consumirá todas las palabras que su boca libere.
Y ahora camina con el corazón hecho una cucaracha.
Pero la suerte es su compañera. Va llegando a la casa donde
le espera el perro, el güisqui, la confortable biblioteca. Luis Cernuda y la
poesía. Ella, la poesía.
La política y la revolución están en la calle que pisa y detesta.
En los partidos, en los sindicatos, en los medios de comunicación, en las
iglesias, en sus libros y artículos. Hasta en el prolongado silencio al que a
veces recurre para incendiar las redes sociales.
Ya ve las paredes. No hay lugar en la ciudad que no esté
ardiendo. El vandalismo, llamado por él “el Gary Grant español más elegante y
seductor”, está en su apogeo.
Huele a carne quemada. Se oyen gritos. Cánticos.
El estruendo interrumpe la emisión de TRECE tv, haciendo que los obispos bailen
y canten las canciones más populares de la grotesca Madonna.
En la tele, el Madrid-Atlético no interesa.
Un espectador le
arranca la cabeza a Sergio Ramos y se la come en el centro del campo. Sube el
0-1 al marcador.
Ya está tan cerca. Puede sacar las llaves y echarse a correr
en la dirección correcta. Pero no lo hace. Algo se lo impide.
El miedo, está comprobado, paraliza, atonta, y hasta provoca
la muerte repentina. Él no va a morir. Seguirá triunfando en un mundo donde el
caos se lleva las mejores hembras. También a los chicos guapos, silenciosos, limpios. Y le visitará el amigo Luis Antonio de Villena. ¡Huele tan bien!
Suena el móvil.
Contesta a la llamada.
“Mañana no puedo. Estaré bajo la cama de vacaciones”.
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