El cretino está que se sale. Como mandan los suyos, parece un
pavo real cortejando a la pava. Hace tiempo que no veo la trompa del cretino. O
del pavo. Pavito.
Me cuentan los que lo ven con regularidad y no regurgitan,
que sigue igual que siempre. Altivo, levitando, perdonando la vida a los
mediocres, fachas, atoletados y demás criaturas de Dios.
Él es Dios, claro.
Hace tiempo que tengo muchas ganas de mantener un
encontronazo, no digo encuentro, con el cretino más soberbio que ha pisado la
tierra.
Cuando el hombre puso el pie en la luna, el yanqui dijo
aquello de (no es literal), “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para
la humanidad”.
Nuestro cretino, cuando pisa la calle, deja la huella que
puede dejar en su caminar también el escarabajo pelotero.
Y a mí el escarabajo pelotero llevando a su casa la bola de
mierda me cae simpático y lo respeto muchísimo.
Pero al cretino, que deja la misma huella que ese escarabajo
pelotero trabajador y concienzudo, además de fuerte y persistente, a ese que
aburre y mortifica con sus reflexiones farisaicas, ni respeto ni simpatía.
España es un gran país. De los mejores del mundo. Pero en
España, al igual que acontece en Francia, Inglaterra, Italia o Alemania, los
cretinos abundan y se multiplican por doquier.
En la Europa luterana mi cretino sería quemado en la hoguera.
¡Por imbécil! No por brujo. Por imbécil y cargante.
Aquí, en tierra católica, el mismo cretino goza de bula.
Tiene sitio, techo, altavoces y hasta prestigio entre la feligresía.
A mí el cretino lleva tiempo, largo tiempo ha, que me la
suda.
Es un pobre hombre por el que siento lástima.
Lo que me saca de quicio, por el contrario, es que la suerte
siempre le sonríe. Ha sido afortunado. Lo es. Hablo del terreno profesional. No
merecería sino picar piedra en Atacama.
Pero ahí lo tienen ustedes. Cretinizando a la masa local o
nacional con textos mudos, que ni siquiera merecen un rinconcito en la hoja
parroquial de mi iglesia.
Come, habla, se deja querer y asegura que insultar es malo.
Malísimo.
Pero nada hay más perverso que un cretino con derecho a
pontificar. Es hasta estomagante.
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