Escribe Tomás Gómez en La Razón: "Cuando un dirigente
confunde sus intereses con los del país, alguien debería quitarle el
liderazgo". Dicho lo cual, la conclusión está muy clara. Sánchez es un
peligro. Lo era ya cuando en el psoe (fenecido) se lo quitaron de encima, pero
no de la manera correcta o más contundente (le dejaron el Peugeot).
España está en manos de los enemigos. Y todavía servidor tiene que leer en
variados y hediondos medios de comunicación que eso de "enemigos
internos" es un absurdo que lo que pretende en engallinar más el panorama.
Pero no, España tiene enemigos en su propia casa, y el número uno habita La
Moncloa, que es el cuartel general de los sediciosos. Sánchez cede a gusto. Y
se encama con todo aquel que busque, anhele y aspire a consumar la aniquilación
de 500 años de convivencia en común. Ni siquiera Europa podrá frenar la
balcanización de un territorio que hasta hace muy poco tiempo era ejemplo de
avance notable en democracia, convivencia y apuesta por esa misma Europa. No ha
sido la derecha (que también) la responsable máxima de este drama. Si ETA
recibió la bendición de sus curas tras los asesinatos múltiples, el progresismo
hecho de felonías varias, barato y rastrero, es aplaudido por una
masa/vulgo que vota sin la más remota idea de lo que ocurre. Al igual que
sucede con el nacionalismo, la masa/vulgo siente, pero no razona. Y ahí radica
el éxito de Sánchez. Y el fracaso de España.
Uno de los mayores daños que se le puede propinar a España
es obviar que lo que recibió de Europa hace un par de día no es otra cosa que
una patada en el culo. ¡Que te den, Españita! Europa, con la justicia al
frente, huele perfectísimamente el avanzado estado de putrefacción en que se
encuentra esta vieja nación sin la cual no se entiende la Europa del TJUE. Sin
el Reino Unido Europa tiene un pase. Pero sin España ni hablar. Y no porque
ahora ostentemos el cuarto puesto económico de ese club de haraganes. Somos
imprescindibles porque sin nosotros no se entiende la Europa occidental de
cultura judeocristiana. Así que, negar lo evidente sería un fracaso del
firmante. Europa nos ha pasado por encima. Y por mucho que se ornamente la
pantalla del ordenador con abracadabrantes maniobras ortográficas, España ha
sido humillada, su justicia también, su gobierno (¿qué gobierno?), su pueblo,
su economía, sus medios de comunicación (salvo que en estos prevalezca el
vasallaje a los cerebros con toga o sin toga de más allá de los Pirineos). Ganan
los traidores, los enemigos. Y nadie, por lo menos yo no lo haré (de momento),
pide la salida de esa club que no nos entiende ni quiere sentarse cinco a
minutos a escuchar que lo que aquí ha ocurrido es que el orden constitucional
ha sido atacado con virulencia extrema. El TJUE humilla y mancilla. Y España no
está para ser la jovencita de la escena con mantequilla en "El último
tango en París". España, en todo caso, sería Marlon Brando. Y Europa
aquella Lolita. O la mantequilla. España siempre será para esas tierras del
norte del viejo continente la exportadora de los gloriosos Tercios. Deberían
temernos, incluso siendo aliados. Pero nunca deberían tomarnos el pelo. Somos mucho más importantes y gloriosos que
ellos. Basta con echar al felón y votar con cerebro. Votar con patriotismo.
Hacer periodismo con patriotismo.
“Quizás el Tribunal Supremo debió ahorrarse la consulta a la
justicia europea, y la opinión pública se habría ahorrado ahora la
interpretación deliberadamente sesgada, y manipulada con inexplicables
mentiras, que ha hecho el independentismo del fallo del Tribunal de UE”,
escribe Manuel Marín en ABC. Tan cierto que hoy nos preguntamos el por qué y el
para qué. Alemana, Francia, por poner dos claros ejemplos de gigantismo
europeo, jamás hubieran cometido tamaño disparate. Nosotros, que apestamos a
inferioridad atávica, cuando en realidad debería suceder que nos tomaran por
una nación orgullosa y engreída (lo que somos), más que la francesa y mucho más
que la alemana, caemos en la trampa del gilipollas que, leyendo con claridad el
letrero de “prohibido el paso” se aventura por lo desconocido, cayendo al
ratito después por un agujero sin fondo. Ese agujero se llama aborregamiento.
Claro que “ser lúcido en España es muy triste” (Arturo Pérez
Reverte), pero esa lucidez (tenue y empobrecida) está condenada a mal vivir
sirviendo a paletos sin escrúpulos que mandan pero no gobiernan.
La cosa no va sobre el eterno pesimismo del ser español. Don
Benito Pérez Galdós ni siquiera lo era. Pesimista, digo. Todo depende de que
esa lucidez esté al servicio de la patria. Porque yo sigo creyendo en ella. Y
voy para viejo. Y mis días se apagan.
Pero mientras me queden fuerzas, señalaré que el gran mal de
esta patria nuestra es la constante caza del hombre lúcido.
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