La cobardía es el gran mal de la democracia en España. Una cobardía que se extiende como la peste. Y a ella se une la traición como herramienta de un psoe que trabaja a conciencia en la demolición de la España del 78, pero también en la destrucción de más de 500 años de historia compartida. Y esa cobardía y esa traición se huele a kilómetros, a centenares de kilómetros, a miles de kilómetros. Va por el aire cargada de maldad. El vecino del sur (Marruecos) la detecta y se precipita de inmediato para sacar tajada. Y los vecinos del norte, aunque no deberían jugar con fuego (España es la cuarta potencia de Europa) nos ningunean y experimentan con nosotros lo que jamás osarían hacer con otras grandes naciones. ¡Por supuesto que en Alemania o Francia los partidos que aquí obtienen voto y bendición para actuar, jamás formarían parte de la legalidad! Serían grupos terroristas. Ilegales. Y sus líderes, sin piedad, sufrían las penas más duras. Pero nosotros, no solo los partidos, sino la sociedad española en general, hemos actuado con torpeza, con nulidad democrática, con una genuflexión permanente y viciada ante los nacionalismos. Ahora la izquierda, toda ella, es aliada de los traidores. Por ese motivo, se convierte también en traidora. Insisto una vez más en el que psoe es irrecuperable para España y la Constitución. No se trata de gritar que nos vamos de Europa. Se trata de que Europa nos contemple como lo que realmente somos: una gran nación. Pero mientras liliputienses políticos nos gobiernan o aspiran a gobernarnos, y mientras el pueblo se pervierta frente al televisor para ver la final de Gran Hermano, este territorio dolorido y macilento llamado España seguirá postrado ante sus enemigos internos y externos.
"Se puede considerar que ciertas personas carecen de la higiene pública imprescindible para ocupar determinados puestos: por ejemplo, que alguien acusado de los más graves delitos contra la Constitución no puede representar a España en el Parlamento Europeo, donde todo lo que hará será conspirar contra el país al que supuestamente representa. Pero en ese caso, lo lógico es hacerlo legalmente inelegible de saque. Lo que no tiene sentido es otorgarle la condición de candidato y, cuando la gente lo vota, impedirle acceder al cargo mediante artimañas procesales o requisitos burocráticos", escribe mi admirado Ignacio Varela. Y remata: "Eso es lo que nadie entiende en Europa y lo que los jueces de Luxemburgo nos han dicho. Si la ley española considera que un procesado por rebelión y un fugitivo de la Justicia son dignos de ser votados, no puede negarse después a admitirlos como electos. Y si no lo son —a mi entender, no lo son—, hay que cerrarles el paso antes si no se quiere poner al Estado y a la Justicia en una posición imposible". Somos torpes defendiéndonos de los enemigos. Muy torpes.
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