“…la anulación de la auctoritas de quienes tienen
encomendada la aplicación del derecho. Su contenido se convierte en “opinable”.
Y en esto sigue las máximas de la posverdad: justa es la sentencia que coincide
con nuestros prejuicios o se ajusta a nuestras emociones. Punto. Las
dificultades que acompañan al cada vez más complejo mundo jurídico desaparecen
detrás del faccionalismo más cerril. Los jueces no son infalibles ni están
exentos de la crítica, desde luego, pero esta hay que hacerla siguiendo su propia
lógica interna del ordenamiento jurídico, no en nombre de lo que nos dicta el
interés más inmediato. Parece que eso no importa, lo que se busca es
instrumentalizarlas en la lucha política, traducirlas al lenguaje que sirve
para cohesionar a los nuestros —“España mala, Europa buena”, o a la inversa—.
Lo importante es ponerse del lado de quienes comparten nuestras convicciones
más elementales. Primero nos cargamos la dimensión argumentativo-deliberativa
de la conversación pública; ahora les toca a los expertos. Ya no hay fuentes de
autoridad, el ciclón populista se expande sin control”. ¿Quién se atreve a
llevarle la contraria a Fernando Vallespín en “El País”?
Lo que sí es lícito escribir (en este caso) es que todo, o
casi todo lo que en este párrafo denuncia el firmante en el periódico que más se
lee en Moncloa, Ferraz y Lledoners, lo está ejecutando a rajatabla la izquierda
sanchista y el independentismo catalán y vasco, amén de otros grupos políticos
miserables regionalistas o nacionalistas de baja estofa. Es la izquierda, con
voceros mediáticos al frente, y los violentos de todo pelaje, quienes hacen
posible el endiablado panorama político y social que hoy socava los propios
cimientos de nuestra convivencia.
Mi encabronamiento actual es responsabilidad del psoe, pero
también del PP. Los dos grandes partidos, en el devenir de los años, han
acumulado tantos errores y horrores en el ejercicio del poder, que hoy resulta
un imposible contemplar con buenos ojos que dichas siglas sostengan (¿lo
hacen?) los pilares de esta España nuestra (¡sí, nuestra!) en pie. Y siendo el
PP partícipe (faltaría más) de este desmembramiento orteguiano de España, el
psoe sanchista se lleva el premio gordo.
Moncloa es partidaria del fratricidio si con ello las viejas
siglas se apoderan del poder. A toda costa. Cueste lo que cueste. El dolor
ajeno es un bien para el que ostenta el poder omnímodo. Si Enric González
escribe que “la lucidez dura poco”, indubitablemente en la política española,
con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al poder, dicha lucidez desapareció
para siempre de un psoe que posa junto a Bildu manchado de cobardía y miseria
de la cabeza a los pies.
Está inserido en España el convencimiento del abatimiento.
Tanto tiempo llevamos cargando absurdos complejos que los mediocres, cobardes y
traidores han visto la ocasión perfecta para cantar victoria sin siquiera hacer
la guerra.
Baste una lectura somera de la prensa progre o rendida a los
pies de Moncloa para tomar conciencia del derrumbe moral de la democracia. Todo
es relativo. Nunca hay un solo culpable cuando de la soberanía nacional
hablamos. Si Luxemburgo interviene, saltan raudos los tercios de Pedro Sánchez para
abrumarnos con la máxima, justicia europea también es Estado de derecho
español, y cosas por el estilo. Puestas así las cosas: chitón.
¿Entienden lo que un servidor llama derrota del 78? Con la
realidad del ahora, no hay grandeza en la democracia garantista, solo
servidumbre.
Ignacio Sánchez Cámara, Catedrático de Filosofía del Derecho
escribe: “La doble herida de España puede ser mortal. España casi agoniza.
España puede morir. Otra guerra civil es posible. La otra fue evitable. Esta
también lo sería. No me importa la memoria histórica. Me importa la historia.
La historia del Frente Popular, de la guerra civil y del franquismo. No podemos
ni debemos olvidarlo, pero justo para todo lo contrario de lo que ahora tantos
pretenden. No para reavivar el odio ni la discordia sino para jamás repetir el
horror. De esta convicción partió la Transición que quieren enterrar. Y, con ella,
la libertad y la concordia”.
No describe una España de 80 años atrás. Está radiografiando
la actual.
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