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Con mi bendito desprecio


Norberto Bobbio y Giovanni Sartori se convirtieron en mis amigos. También, oh, sí, Oriana Fallaci. Ella es íntima. Tres italianos, tres pensadores, tres cumbres siempre despejadas.
Por aquí, y no hablo del desierto local, naturalmente; Fernando Savater, Gabriel Albiac, José Ortega y Gasset, María Zambrano, Miguel de Unamuno, Félix de Azúa y Julián Marías, son quienes me soportan y trabajan a diario con el fin de que este pordiosero ser pensante no destruya la amistad que nos une.
Me empujan hacia la tolerancia. Imploran a todas horas que aprenda a escuchar. Italianos y españoles alrededor de un violento con ganas de contienda. Solo Oriana sonríe y hace gestos que entiendo como una invitación clara a que coja las armas.
Por cierto, Sartori se pregunta ¿qué es la democracia? Bobbio se mortifica desentrañando la derecha y la izquierda. Savater resiste las embestidas de los odiadores profesionales y la ausencia de ella, que nada ni nadie puede llenar. Azúa se pasea por el Prado y encuentra sentido a la vida. A Marías (padre) saber de Dios lo aleja del vértigo que provoca la eternidad.
Etcétera.
¿Recuerdan el poema de Dámaso Alonso?

“Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?”

Luego salgo a la calle y estás tú, persona sin espíritu, amorfa, con el arma que destruye todo lo que roza; ese analfabetismo universitario, de cátedra, de partido político corrupto.
¿Cómo quieren, amigos míos, que me encuentre a gusto ante una piara insaciable y caprichosa, consumista y vacua?
Los dos demonios de Gersea son menos peligrosos que la masa insufrible y apestosa a la que sufro nada más exponerme al mismo aire que ellos respiran.
¿Cadáveres?
Y en claro proceso de putrefacción.   
 


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