Créanme cuando les digo que el naufragio del poder
legislativo en España me entristece y me preocupa. Pedro Sánchez para ser
presidente se encamó con los más radicales y él y su psoe son los máximos
protagonistas de una polarización que nos pone al borde del enfrentamiento.
Es menester recordar algo que se me antoja primordial para
situarnos correctamente y atenernos a nuestra realidad y a la que nos rodea. "En
Francia y Alemania, sus democracias son militantes porque sus constituciones
establecen cláusulas intangibles —irreformables— que garantizan su unidad
territorial y su forma de Estado; en Portugal los partidos regionales están
expresamente prohibidos; en Italia la concentración de partidos en el Gobierno
ha reabsorbido los olvidados intentos separatistas de la Liga Norte, y en el
Reino Unido, sin constitución escrita pero en el que la soberanía reside en el
Parlamento y en la Reina, el Gobierno de Londres no ha gobernado con los
partidos secesionistas."
Si así es la realidad democrática en tales países, cabe
concluir que en España se ha instaurado una autocracia que ha corrompido hasta
el tuétano todo lo que se construyó en el 78.
El no a esta reforma del PP es un sinsentido por mucho que
hoy se hable de pucherazo en la Cámara y no del dedo bailón del diputado extremeño,
mano derecha del pequeño Egea que se puso de pie y alzó las manos como un
forzudo escarabajo pelotero de la política patria.
El retorcido floripondio del psoe tras sacar adelante la
reforma de Bruselas y el "sí se puede" de los comunistas extraviados
pero igual de peligrosos que en la segunda republiqueta, consolida una vez más,
y así será por mucho tiempo, el comistrajo partitocrático y la cochambre
democrática.
Países hay y habrá que nos ofrezcan, gratis, lecciones de
cómo hacer Estado y cómo tener siempre presente el bien común.
Otrora, una Constitución apoyada casi por unanimidad
maravilló al mundo. "De la ley a la ley" la España que algunos de
ustedes y yo vivimos supo como nunca antes enseñar al mundo que una transición
se construía en concordia.
Hoy de todo aquello no sé realmente si queda algo en pie.
Lo único que sobresale, imponente, es el mercadeo, el no es
no, un Sánchez que quemaría en hoguera pública "Patria" de Fernando
Aramburu, y un Casado abrasado, sin reforma, sin CEOE, sin Europa, sin UPN (ya
liquidada), sin Moncloa y sin sede nueva, ¡todavía!
“Cuidado con el victimismo, con el odio y con la ira.
Cuidado porque esto no es un juego y esos materiales inflamables, mal
combinados, pueden explotar en manos de aficionados. Los expertos eligen mejor
los tiempos y los lugares, basta con verlos. Ojito, porque luego no hay marcha
atrás”, escribe Pablo Pombo.
Y luego tenemos la economía con datos y no paparruchas de
opinador de tres al cuarto que exponen con crueldad una situación cada vez más
tensa y corrosiva. Hasta el más ignorante en materia económica ya sabe que la
renta de las familias españolas da respuesta al retraso desesperante de la
ansiada vuelta a la normalidad del PIB de España. Y siempre teniendo como
referencia al resto de Europa.
A la política agusanada y al desprestigio de las
instituciones democráticas se une lo que ya viene siendo habitual, la parálisis
del consumo y el gigantismo, o si lo prefieren, el aumento de la desigualdad
social.
Sólo las rentas más altas y los jubilados lograron ahorrar
en el periodo más duro de esta pandemia con o sin mascarillas. Pero siempre con
muertos.
Por el contrario, las rentas bajas y los jóvenes cayeron en
el abismo, o sea, a ellos les fue del todo imposible ahorrar. Sin ingresos
hablamos de un imposible.
Así que no queda tiempo. Política y economía han de salir
juntas del hoyo en el que se encuentran. Y para conseguir el objetivo sólo
existe una herramienta, si no infalible, sí por lo menos con el sentido común
corriendo por sus venas. La política de Estado. ¿Que qué es eso?
Lo repito y no me cansaré de hacerlo. Miren hacia Portugal,
Francia, Italia, Alemania. La política de Estado es la única salida antes de la
quiebra total.
“Sin instituciones, lo contrario sería la selva, resolver
diferencias en la calle, bajo el poder del más fuerte…la democracia no puede
ser una fórmula binaria, donde los grupos cedan por miedo a un mal titular, o
por otros intereses…lo que está en juego es evitar que a alguien se le ocurra
asaltar la democracia, al no encontrar respuestas materiales, ni de forma, mal
ejemplo, en sus representantes.”, tan sencillo como lo que escribe Estefanía
Molina.
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