Les prometo que no tenía intención de escribir esta mañana.
Me levanté pronto y la lectura de los periódicos que pago para sentirme
influyente (gilipollas) consumía los segundos de una jornada pasada por agua. Y
entonces, ocurre muchas veces, por lo menos en mi mundo aburrido, encontré un
artículo en una revista cultural que ponía en presente a mi admirado Camilo
José Cela. Y también a Delibes.
Leí en él que los dos escritores no son conocidos y mucho
menos leídos. Así se entiende el mal olor que desprende esta España mía.
Los que no podemos escapar de la tierra quemada que pisamos tenemos
pocos asideros a los que agarrarnos para no terminar cayendo en el zulo del
localismo embrutecedor y grotesco. Nada hay que me repugne más que la cultura
hecha en mi pueblo y el periodismo gregario de una isla que se ahoga en la planicie
del cochino negro.
Volvamos rápido a Cela y Delibes.
Que no se leen. Que han sido castigados. El primero por
hijoputa y por la palangana de una entrevista en tele. También empujó a una periodista
imbécil a la piscina. Con agua. El segundo porque estaba enamorado hasta las
trancas del campo, del campesino (pero no al modo Tolstói) y, además, Dios no es
un personaje secundario de sus historias.
Así que los lectores de la Españita del siglo XXI pasan de
Cristo Versus Arizona, Viaje a la Alcarria, La familia de Pascual Duarte,
Mazurca para dos muertos y, por supuesto, La Colmena.
Les prometo que estas novelas de Cela marcaron tanto mi vida
literaria que no imagino hablar de literatura sin ellas. La Colmena es quizá de
las mejores obras del pasado silgo XX en España, pero permítanme el
atrevimiento de escribir con libertad que Mazurca para dos muertos y Cristo
versus Arizona son la hostia de buenas.
Hasta se sabe que Cela fue un censor. Puso en papel los
nombres de rojos. Un delator. ¿Y? A tomar por saco lo que hizo en guerra,
huyendo de Madrid con el culo cagado y enganchado por la repubiqueta. Luego el revolcón
y a seguir viviendo, que no es poco. ¡Y a escribir!
Y lo que hoy hacen con Delibes es para triturar la carne de
los llamados a dominar la cultura. Que se encuentren conmigo y me digan que
este autor gigantesco es un truño, que está pasado demodé, que no tiene un
pasé su visión de la mujer y cosas por estilo. Algunos de la progresía aseguran
que es respetado. Ni hablar. Si no es leído no hay respeto que valga.
A la mierda ellos y a la mierda la cultura que representan.
Delibes vivirá siempre con El hereje, Cinco horas con Mario, La sombra del
ciprés es alargada, Las ratas, El camino, Los santos inocentes.
Sí, ya sé, todos los hijos de puta recuerdan la peli y la “milana
bonita”, pero la obra de Delibes (periodista grande también) queda para tirar a
la basura.
Les prometo que los libros del vallisoletano forman parte de
la columna vertebral de un lector que aborrece el presente, salvo contadísimas
excepciones.
Si Umbral ya es historia universal con Mortal y Rosa, por
qué voy a conformarme con un Jinete Polaco escrito por un tal Antonio Muñoz
Molina; por qué todo lo bueno tiene que aparecer bajo la protección de Babelia
y la madre que la pario. Prefiero El Cultural y, si tengo que ponerme más chulo
que un chocho (perdón, ocho) aviso que leo Turia y la sección de Cultura de El
Confidencial con su Trinchera Cultural; al frente Juan Soto Ivars (casi nada a
la vista). Y si olvido a Alberto Olmos me condenarían a pasar ratitos en
Periplo o mamarrachadas por el estilo.
A leer, cabrones. A leer lo bueno. Lo que yo mande.
Estrafalarios, ruines, egocéntricos, atrabiliarios, depredadores. Pero
escritores con huella, con infierno, con cielo. Pasando de los intransigentes y
puritanos que se espantan si la nena enseña una teta.
En Amarcod, pasando ahora de libros, Fellini abrió mi boca
hasta meter el seno de Ella. O sea, mis ojos.
Pues lo mismo con Cela y Delibes.
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