La democracia (todavía) en España (todavía) está viva. Renqueante, pero viva. Ha envejecido. Malamente. Ha perdido la cabeza y ya no recuerda. Apenas se mueve. Vegeta. A ella se acercan hijos que la quieren pero acuden con el miedo en el cuerpo. ¿Qué dirán de mí? Son hijos que lamentan ver una democracia generosa hasta el extremo, pero que hoy es una más de esas viejas que mueren en residencias o en pisos o en la puta calle. Soledad fría, dolorosa, miserable. Hambruna y pandemia. La democracia se rinde. Y hace bien. Sus hijos, los pocos que hoy todavía se abrazan a ella, le susurran el “cuánto te quiero”, “resiste”, “nunca te olvidamos”, “te lo debemos todo”, “no van a poder con nosotros”. Y ella, tan vieja es ya que el alma ha abandonado el cuerpo y se pasea por la habitación, mira a sus hijos con ojos entornados, una madre con el corazón atravesado por 47 millones de puñales. La democracia ignora que el hijo traidor lamenta la muerte de un etarra. No tiene idea de que el mi...
Destripar sin anestesia el cuerpo político