Desescribir. Es lo que te hace falta para escribir.
Desandar los pasos hacia la insignificancia.
Comerte un folio. Sin masticar.
Meterte por el ojete del culo un lápiz bien afilado.
Todo lo dicho es menester que se haga (que lo hagas) para
asegurarte de que en verdad lo que haces es escribir y no juntar letras, emborronar
cuartillas, manchar con befa la pantalla del ordenador.
Ni eres escritor ni eres periodista ni eres cronista ni eres
(aunque el populacho lo cante) el alfa y el omega de la
intelectualidad local.
No eres nada en la nada.
Y has cumplido años.
Y aparentas ser más viejo que Matusalén.
Y encorvas el esqueleto vacío de espíritu crítico.
Así te ha ido bien en la vida de las amebas.
Eres el cretino con aureola cubista.
La izquierda te ha idiotizado (idealizado).
Tu odio y tu penar se acuestan juntos a follar en el cerebro
más infecto. El tuyo.
Un árido y abrasivo manicomio para cochambrosos querubines
de la palabra.
Nunca has conseguido ponerte en pie para escribir.
Nunca has sido libre.
Has arrastrado tus dedos por la mierda del aldeanismo paleto,
por la cultura ideologizada y de cartón piedra.
Has ganado dinero y has tragado papas, carne, pescado,
lechones, cochino negro y potas, y todo lo que se te ha apuesto por delante.
Casi siempre gratis. ¡Gorrón!
No llores, hombrecillo.
Tienes suerte de seguir alimentándote de la gramática entre
rejas.
Conozco escritores que tomaron hace mucho tiempo la decisión
de no publicar. Leen calladamente, en la penumbra del rincón del hogar apacible.
Nunca buscaron la gloria, nunca estuvieron en la lista de
premiados, nunca empujaron en busca de la copa y el canapé. Jamás se
arrodillaron ante la dictadura de la frase bien redactada, pulcra, limpita y
virgen.
Ese ha sido tu terreno. Tu mundo.
Por ejemplo, si hablo de mi mundo, siempre ha estado próximo
a las letras encerradas en la mazmorra de lo impublicable.
Cuando muera una hoguera se llevará por delante la
morgue donde textos infames (los tuyos, entre otros) se amontonan para alimento
de la mugre cretinizada.
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