Es que estoy muy cansado. De mí mismo. También. Cansado de
ejercer el periodismo. No me ilusiona que me paguen por darle a la lengua. No
se me pone tiesa la inteligencia con el periodismo putón que practico los casi
trescientos sesenta y cinco días que tiene un año. ¿O son más?
Huele mal el periodismo. Yo también. Es un olor a fiambre
dejado en mitad de la calle mientras la fiesta está en otro lado. Así huelo yo.
Y desprendo también un tufo inconfundible a tipo pobretón, sin ideas; hasta las
cejas de apocamiento sanguíneo y arrastrando la culpa por no conseguir empleo
más allá de este barrizal donde hundo las piernas a conciencia.
Que no es el dinero. Siempre escaso. No es el dinero. No es la cutrería de los personajes que se acomodan para desperdigar soplapolleces.
Más cutre y con el equilibrio infinitamente más precario es el que redacta este
texto.
Es la convicción firme de que el periodismo local (insisto en
ello) con sus patronos y obreros, están condenados, como lo estoy yo, a vivir en
la corrupción, dado que no hay corrupción más tangible y despreciable que la
del periodismo local.
¿Una entrevista pagada? ¿Un reportaje pagado? ¿Un paleto o
PALETA que soba al empresario aún más PALETO para tener minutos y acabar con mi
paciencia?
Mejor estaría ganando menos dinero que ahora (lo que significaría trabajar sin cobrar) en un empleo limpio, decente, sin obligación de
aparentar que escuchas al ignorante y botarate, cuando en realidad estás a
años luz de distancia, imaginándote con compañeros de tarea con quienes
hablas del tiempo, de fútbol, de la peli que echaron anoche en la 1 de TVE, de
la nueva edición de Gran Hermano, y al que se le ocurra poner en liza algo que tenga
que ver con el jodido alcalde, el jodido concejal, la jodida política,
a ese lo llevamos a cualquier rincón y lo reventamos a patadas.
Pero mientras sigo pastando en este periodismo radicícola,
nunca escaparé de la mirada llorona y asalvajada del inculto bocachanclas
(invitado) o de los poderosillos con billetera a quienes siempre les duele el
alma porque ellos quieren también mandarse a mudar pero no tienen cojones ni
arrestos para ponerse a trabajar de verdad.
El periodismo está sembrado de vagos, inútiles, enredadores, fantasmas
y canonjías para las mosquitas muertas que no hacen preguntas incómodas ni
se enteran de lo que pasa, y también para los que desfilan por la vida con el morro más
pomposo que la trompa de un elefante.
Yo quepo en toda esa mierda.
Pero de ella quiero escapar. ¡Ya!
Y mientras la realidad imposibilite dejar atrás el depósito
de cadáveres, deberé responsabilizarme y continuar preguntando, preguntando,
preguntado, y opinando, opinando, opinando, y escuchando, escuchando,
escuchando.
Desvalido y famélico me veo entre los barrotes del periodismo
portuense, norteño, isleño.
Y si mañana llega la oportunidad, ni pensarlo dos veces.
Ya saben, por el SMI, aquí
un currante (un mandado).
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