Que propago el odio, dice.
Yo.
¿Y quién soy yo?
Un españolito que no se arruga ante la violencia de
radicales y enemigos de España.
No callaré ni dejaré de escribir que vivimos horas amargas,
duras, expuestos a ser perseguidos por los que aseguran defender la democracia,
la justicia, la libertad (porque primero está la justicia y luego la libertad).
No callaré jamás.
El miedo dejó hace tiempo de ser compañero de fatigas. Lo
mandé a vivir junto a los cobardes de todo pelaje.
Un democristiano confeso siempre busca la concordia, pero en
tiempo de guerra (¿el actual lo es?) esa misma persona tiene derecho a
defenderse con las pocas armas legales que tiene a su alcance.
Mi arma es la palabra. Una palabra que no incita al odio,
pero sí anima a no claudicar.
Detesto la cobardía, las medias tintas, las miradas
esquivas, el retorcimiento de las leyes, la implantación de cualquier
dictadura, el ocultamiento de la verdad en beneficio de ideologías caducas y
criminales (el comunismo es una de ellas).
Cuando están convencidos que la denuncia por fomentar el
odio es la mejor herramienta para acallar la boca del hombre libre, lo que
hacen en realidad es entregar la victoria a esa persona.
¿Callar ante el horror de un gobierno socialcomunista que
desprecia a un hombre de paz como es Guaidó? ¿Cobijarme bajo tierra como una
rata cuando mi gobierno es apoyado por filoetarras y golpistas catalanes, que
también fomentan (ellos sí que lo hacen) el odio y el supremacismo más
repugnante? ¿Enmudecer ante mentiras, atropellos y el intento descarado de
hacer involucionar la democracia en mi patria?
Eso se deja para el que aspira a comer de la mano del enemigo.
Está bien para el gusano que se arrastra hasta los pies del que despliega su poder
tras mentir a los votantes y renegar de todo lo que prometió con anterioridad. Ya
tiene lo que quería. Ni siquiera es un obstáculo para una masa cretinizada que
vive atoletada y temerosa ante las amenazas.
Este periodista sin ataduras, quede claro, no se convertirá en un hombre menguante ante las
denuncias, el amedrentamiento, la batahola de las bestias o el anonimato de los
troyanos de la extrema izquierda, y puede que también la envidia de los que se
declaran defensores de mi causa. Nada ni nadie (salvo la ley) conseguirá que
estas manos escriban siempre en libertad.
Fomentar el odio es cosa de otros.
Hitler llegó al poder con elecciones limpias.
Mi blog está al servicio de la paz, pero no estará
supeditado al capricho de los cobardes.
“En el juicio los impíos no se levantarán, ni los pecadores
en la asamblea de los justos; porque el Señor protege el camino de los justos, pero
el camino de los impíos acaba mal”, (Salmos).
¿Atrincherarme en el miedo? Eso jamás.
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